Doce meses sin comprar: Lo que he aprendido

 

mujer con bolsas en la mano

 

Hace unos meses anuncié que este año iba a estar a régimen de compras. Me propuse no comprar nada de ropa ni complementos durante un año entero, en este caso, este aciago 2020.

Repasando entradas de años anteriores, me doy cuenta de que parece una constante en mi vida. Por hache o por be, han sido muchas las temporadas en que no he tenido más remedio que autoimponerme esa estricta política de adquisiciones.

En fin, sea por ir corta de dinero o por el convencimiento de la necesidad de abrazar una nueva forma de enfrentarme a mi armario, el caso es que cuando me lo propongo, lo cumplo, cosa que me hace muy feliz.

Estoy a punto a acabar el plazo que me impuse, y en este periodo de tiempo he aprendido muchas cosas y he recordado otras, todas ellas muy convenientes:

-          Tengo muchísimas cosas.

Es de cajón. Yo creo que nos pasa a todas. Tenemos ya cierta edad (esto te afecta tengas la edad que tengas) y nos hemos dedicado a acumular un montón de ropa temporada tras temporada. Y como siempre recurrimos a lo mismo, hay montones de prendas nuevas como el primer día que apenas han llegado a ver la luz. Pero no las vemos, no nos acordamos de ellas, porque siempre tenemos la mente puesta en lo siguiente que queremos comprar.

Yo me he dado cuenta de que fácilmente podría pasarme dos años más sin comprar nada. Sí que es cierto que tendría que jubilar algunos jerséis, que son la pieza que peor aguanta el paso del tiempo, pero, aun así, me quedaría otro montón de ellos para ir tirando.

En fin, compramos por comprar. Compramos por gandulería, por no querer dedicarle un tiempo a nuestro armario y pensar en posibles combinaciones que nos harían salir de lo mismo de siempre.

 

-          Me hace feliz descubrir nuevas combinaciones con la ropa que yo tengo.

 

En serio, lo de estrenar ropita está muy bien, pero creo que el subidón dura sólo un poco, y luego se queda sepultado bajo cierto sentimiento de culpabilidad, al darnos cuenta de que no necesitábamos adquirir nada nuevo.

En cambio, cuando un día se enciende una lucecita en tu cabeza y descubres que ese pantalón que tenías desahuciado en realidad te ofrece muchísimas posibilidades en las que no habías caído, y que, combinado con esos botines, desprende un estilazo impresionante, te mueres del gusto.

Una prenda que no usábamos por no saber con qué, que de pronto pasa a ser súper combinable porque hemos decidido exprimirnos el cerebro para buscarle soluciones, salta de pronto al top diez de los favoritos de nuestro armario. Y eso da mucha satisfacción, creedme. Es comprar sin gastar dinero. Es aprovechar, reutilizar, amortizar, exprimir… Y es maravilloso.

 

-          Me he vuelto más creativa.

Cuando te has prohibido a ti misma comprar, y las cosas van deteriorándose igualmente, te encuentras en la situación de tener que desechar algunas piezas que han quedado muy gastadas y tener que rescatar POR NARICES otras que no usabas. Eso te obliga a ser más creativa. Te ves a ti misma buscando una nueva vuelta de tuerca a lo de siempre, y lo mejor es que la encuentras. Haces combinacionesinesperadas de color, aprendes a jugar con los complementos, encuentras formasdistintas de llevar las mismas prendas. Y todo eso, gratis.

Tu mente se abre y ahora miras la ropa de otra manera. Buscas mil y una formas de combinar una misma cosa, y lo mejor es que se te ocurren cada vez más. ¿Cuántas veces has visto una misma camisa blanca en el escaparate de una tienda y parecía una pieza distinta? Pues eso es lo que se consigue trabajando la habilidad de combinar.

-          Me doy cuenta de que no necesito más variedad, sino piezas mejor escogidas.

 

A medida que me hago mayor, estoy aprendiendo que un armario ideal no es el que está repleto de cosas, sino el que tiene menos prendas pero de mejor calidad y más combinables. Estoy ansiosa por poder desechar casi todo lo que tengo (por exceso de uso, se entiende) y que llegue el día en que tenga que comprar piezas nuevas. Porque ahora sí: ahora sé lo que necesito. Y lo que necesito no es más, paradójicamente, sino menos.

Es curioso que, a medida que se va despejando el armario y las perchas vuelven a recuperar su libertad de movimientos, se van multiplicando las ideas en nuestra cabeza. Demasiadas cosas no nos dejan pensar, pero, la cantidad justa, sí. La cantidad justa de prendas es la que permite dar solución a todas las situaciones ofreciendo cada una de ellas múltiples usos y combinaciones. Nada de cosas que sólo puedan llevarse un día. Eso ya no me interesa.

 

-          Los básicos lo son por algo.

Suele pasar que en la juventud nos rebelamos ante las enseñanzas de los mayores. Creemos que podemos reinventar la rueda, que el mundo no se ha dado cuenta de muchas cosas y que aquí estamos nosotras para abrirle los ojos. Pero luego, con un poquito más de edad, acabamos admitiendo la sabiduría popular y nos volvemos más papistas que el Papa.

Pues bien, eso ocurre con los básicos de armario. Después de tacharlos de aburridos, de sosos, de repetitivos, de compras absurdas… ahora nos damos cuenta de que son los que más posibilidades ofrecen y lo que más falta nos hace tener en el armario. ¡Y es que hasta nos acaban gustando, diablos!

-          Los complementos tienen una importancia primordial.

El contrapunto necesario a un vestuario basado en los básicos es un buen arsenal de complementos de calidad. Lo bueno es que siempre podemos ir añadiendo alguno nuevo a nuestra colección, así, como quien no quiere la cosa. Nos ayuda a frenar las ansias consumistas y a la vez, enriquecen nuestro estilo.

Los complementos son los que nos ayudan a dar personalidad a nuestro look. Ahí podemos dar rienda suelta a la fantasía, o usarlos para elevar el nivel de lo que llevemos puesto. Son geniales, y cada vez me gustan más. Además, ¡aguantan maravillosamente bien el paso del tiempo!

-          Necesito ir cómoda con lo que llevo.

Me he dado cuenta de que tengo el armario lleno de ropa que estoy deseando quitarme en cuanto llegue a casa. Y eso es un error garrafal. No la desecho porque sigue en buen estado, pero tampoco me la pongo mucho porque no me apetece. Y claro, así acabo cayendo en el “no tengo nada que ponerme”. En cambio, me he dado cuenta de que repito hasta la saciedad la ropa con la que me siento más cómoda. Parece una perogrullada, pero a veces hay que pararse a pensar en las tonterías más gordas para darse cuenta del sentido que encierran.

Por tanto, no volveré a comprar prendas que me quiten libertad de movimientos, que me aprieten, que no queden bien por algún lado a menos que lo tape, que hagan ruido al moverme (odio ir taconeando por la calle), y en fin, cualquier cosa que haga que me dé pereza ponérmelas.

Y esto es todo, que no es poco.

Un régimen estricto de compras viene muy bien de cuando en cuando. Sobre todo, cuando ves que tu cuenta corriente no mengua al ritmo que solía hacerlo (y eso que yo nunca he sido de mucho comprar, pero tampoco de mucho cobrar). Ver que puedes ahorrar para cosas más interesantes que la de variar de modelito, proporciona una nada desdeñable satisfacción. Y como efecto colateral, ahora pasaré una laaaarga temporada pensando muy mucho en qué gasto mi dinero. Me haré mil preguntas y sólo compraré si realmente lo veo necesario / útil / verdaderamente satisfactorio.

Y vosotras, ¿habéis hecho alguna vez una promesa semejante?

 

 


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